Ministrando a la juventud con efectividad
Por Abdiel Morfa.
1 Timoteo 4:12.
El apóstol Pablo le
dice al joven Timoteo “ninguno tenga en
poco tu juventud”. Es decir, que ninguna persona te menosprecie o subestime
por el hecho de ser joven. Esta expresión es un doble mensaje, pues a los
jóvenes les está exhortando a comportarse como es debido para que nadie
encuentre un motivo para justificar el menosprecio. Por otra parte, a los
adultos les está diciendo que nadie está autorizado a despreciar a alguien por
ser joven, mucho menos si es ejemplo de entrega a Cristo.
Dios en su voluntad a
través de toda la historia ha usado poderosamente a jovencitos que se han
entregado en sus manos. Podemos recordar a hombres de Dios como José, Samuel, David,
Josías, Jeremías y Daniel, entre otros, que fueron importantes instrumentos en
sus manos para cumplir sus trascendentales propósitos.
Ahora bien, aunque es
cierto que en todas las iglesias existen jóvenes que hacen caso omiso al
consejo de Pablo, también hay muchos que se esfuerzan por crecer
espiritualmente, amar y servir al Señor. A pesar de estas buenas actitudes,
lamentablemente persiste el fenómeno del menosprecio a los más jóvenes de parte
de algunos adultos. O sea, que en lugar de acercarse a ellos para guiarles,
aconsejarles y acompañarles en su avance hacia la madurez espiritual, más bien
les critican duramente, les cierran las puertas no dándoles oportunidades y no
confían en ellos. Por cierto, mantener esta hostilidad es una señal de no
confiar en la obra que el Señor está haciendo en los jóvenes –aunque los
adultos no estén consciente de esto-.
La realidad es que este
menosprecio en el contexto de la iglesia les hace el camino más difícil. La
mayoría de los adolescentes estén sometidos a muchísimas presiones, tentaciones
y maltratos en el contexto general donde se desenvuelven cotidianamente.
Muchos adultos se comportan
de esa manera porque se dejan guiar por ideas preconcebidas, pensamientos
tradicionalistas no saludables, prejuicios infundados que de seguro no son
agradables a los ojos de Dios. Por todo lo anterior podemos afirmar: Es necesario
ver a los jóvenes como Dios los ve para ministrarles con efectividad. Nos
preguntamos, ¿Por qué es menester mirar a los jóvenes desde la perspectiva de
Dios para ministrarles de manera efectiva? En un acontecimiento ocurrido en el
ministerio de Cristo podemos descubrir 4 razones que responden a esta pregunta:
Si no miramos a la juventud desde la perspectiva de Dios no podremos ver las grandes necesidades que ellos poseen
El joven que trajeron a Jesús tenía serios problemas. Dice el pasaje: “Mi hijo lunático, padece mucho, muchas veces cae en el fuego y muchas en el agua” (Mt.17:15). En Marcos 9:17-18 leemos: “Mi hijo tiene un espíritu mudo, donde quiera que le toma le sacude, echa espumarajos, cruje los dientes y se va secando”.
Aunque no sea exactamente la misma situación, sin duda la adolescencia actual enfrenta cientos de problemas. Tristemente cada día aumentan los índices de drogadicción, alcoholismo, pornografía y violencia. Según los especialistas estamos asistiendo a la era de las revoluciones. En tal sentido, la juventud está siendo arrastrada por una ola de desenfreno sexual. Como nunca antes las palabras del profeta en la antigüedad están vigente pues algunos llaman a los bueno malo y a lo malo bueno. Tal vez, pueda resumirse en la célebre frase del período de los Jueces: “cada uno hacía lo que bien le parecía”. También somos testigos de la revolución tecnológica, la cual es algo bueno correctamente usada, pero de otra manera es igualmente destructiva. Otro de los males que afectan a la juventud es el ataque abierto a la verdad absoluta de Dios, la cual quiere sustituirse por un relativismo axiológico y de los valores morales para justificar toda clase de pecado.
La juventud actual enfrenta más retos y problemas que nunca antes en la historia. En tal sentido, la iglesia debería ayudarles a salir vencedores de tales desafíos, en lugar de imponerles más cargas de las que ya tienen en estos momentos.
Si no miramos a la juventud desde la perspectiva de Dios no podremos sentir el sufrimiento de los padres por sus hijos
Una verdad que nunca
deberíamos pasar por alto es que detrás de cada joven en problemas hay padres
sufriendo desesperadamente. Este era el caso del padre que trajo su hijo a Jesús.
El desespero de este hombre puede percibirse en su actitud de arrodillarse
delante de Cristo suplicando misericordia para su hijo (Mr.9:22).
Ahora mismo hay muchos padres angustiados por los problemas de sus hijos, sintiéndose con las manos amarradas al ver como el mundo se los tragas y no quieren escuchar sus sabios consejos. Muchos de estos progenitores se acercan desesperados a pedir ayuda a otros adultos de la iglesia y lamentablemente chocan con un muro de prejuicios. El sufrimiento de los padres se duplica al no hallar el apoyo que necesitaban y más bien recibir críticas, regaños y el muy común juicio sin misericordia. Los padres piden ayuda pero el prejuicio reinante se la niega.
Si no miramos a la juventud desde la perspectiva de Dios no podremos ser efectivos en la misión de rescatarles y educarles
Los propios discípulos no pudieron echar fuera los demonios (Mt.17:16; Lc.9:40). La falta de efectividad de los discípulos se describe de dos formas: (1) Falta de dependencia de Dios (con oración y ayuno). (2) Falta de fe. Esto nos hace preguntarnos ¿Por qué tantas iglesias son muy poco efectivas en ganar a jóvenes para Cristo y ayudarles a crecer espiritual? ¿Estarán centradas en sí mismas? ¿Estarán menospreciando a la juventud? ¿No estarán orando lo suficiente? ¿Se habrán acostumbrado a la crítica y el regaño como única respuesta?
Si no miramos a la juventud desde la perspectiva de Dios no podremos ver la obra de Cristo en ellos
A pesar de la
inefectividad de los discípulos, Jesús hizo la obra poderosa en el jovencito (Mt.17:18). Podemos estar totalmente
convencidos que Jesús puede y quiere salvar, limpiar y transformar las vida de
los adolescentes. Quiere hacer grandes cosas en y a través de sus vidas.
En Lucas 9:42 podemos leer: “Sanó
al muchacho y lo entregó a su padre”. Con todo el respeto que merece la
iglesia de Cristo en sentido general, pienso que hemos sido un tanto egoístas
al ver a la juventud solamente como una fuerza de trabajo para mantener
nuestros programas y no como personas que necesitan desesperadamente nuestra
ayuda. Además, sin querer hemos competido con las familias por la vida de los
jóvenes, en lugar de trabajar en armonía con esta por ayudarles a crecer
espiritualmente.
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